“(…) Acaso un espectador desprevenido pueda sorprenderse del uso desprejuiciado que hace de imágenes y situaciones, y de cierta displicencia técnica con la que a veces resuelve el entorno. Aún así, esta primera muestra individual suya debe ponderarse con la lógica expectativa de futuro que abren su juventud y las innegables condiciones que caracterizan su temperamental creación.”
Jorge Satut (20 de julio de 1981)
“(…) En la exploración de las obras de Larroca, el ojo del observador se detiene a menudo para disfrutar de esa envidiable soltura con que el artista elige dificultades y luego las salva como si en ello no hubiera esfuerzo, mientras vuelca en su producción ciertas ansiedades inseparables de la juventud, que en este caso y en materia temática se encauzan a través de la obsesión de la libertad, el imperioso erotismo y la burla ante los tabúes del pudor.”
Jorge Abbondanza (1º de junio de 1985)
“(…) Muy rara vez se encuentra en un joven artista de tan sólo 22 años una deslumbrante madurez expresiva, un oficio tan decantado, una riqueza temática como la que posee Oscar Larroca. (…) Así, el espectador no puede evitar conmoverse ante el revulsivo, sanguinolento anciano que nace y alude a comienzos que no son más que prolongadas y gastadas continuaciones de realidades decrépitas. ..”
Alicia Haber (29 de junio de 1985)
“Un retrato, excelentemente realizado, de Frank Zappa, inaugura la exposición de este joven dibujante (22 años); el hecho de mostrarlo inadvertio, obligando al espectador a contorsionarse para poder observar las minucias del dibujo implica ya un primer síntoma de lo que toda la serie de obras persigue: una subversión del acto de mirar que se continúa en la sensación de agresiva e intransigente desmitificación de los más recibidos y diversos tabúes que suelen aquejar a público y artistas respecto a temas de índole erótica.”
Roberto de Espada (3 de agosto de 1985)
“(…)… el autor no propone un manejo de esa visión que busque ser agradable, cauteloso. Muy por el contrario, se propone una franqueza casi agresiva, una honestidad tan descarnada como removedora. Precisamente esa autenticidad de intenciones, es la que coloca estos trabajos a salvo de un incipiente oportunismo rupturista que parece conmover algunas manifestaciones de la cultura uruguaya. Hay aquí genitales expuestos, la alusión a una fellatio, y otras yerbas similares, pero sin gratuidad. (…) Larroca no vacila tampoco en emprender otros riesgosos desafíos. Por ejemplo, cuando busca conjugar un dibujo técnicamente académico con armados compositivos que le son totalmente ajenos. En la mayoría de los casos soluciona eficazmente tan contradictoria inserción.”
Alfredo Torres (16 de agosto de 1985)
“(…) Larroca “patina” sobre la superficie del papel. Se desliza. (Quiero significar que trabaja, que hace jugar sus intenciones en la misma dirección del albiplano, pero sin velocidad) Hay tersura, sutileza, vaporosidad… además del factor ocurrente, además del factor simbólico, además del factor poético... Somete las procacidades más extremas a ese tratamiento que todo lo suaviza y lo hace permisible. Cuando las piernas “verticalizadas” de una mujer aparecen, por ejemplo, “horquillando” el busto yaciente de otra, y ésta última recibe y sostiene sobre su caballete nasal las corpóreas deyecciones recientes de aquella poco menos ya que de pie, sentimos –siento- cierta impresión, casi incómoda -a decir verdad-, entre la admiración y la resistencia. Es, así, un excelente “orador grafítico”.
Manuel Espínola Gómez (julio de 1986)
“(…) Oscar Larroca, a quien homenajeábamos en una exposición el año pasado en otra sala de esta casa (Regional Cultura del Partido Comunista Uruguayo), es uno de los más importantes talentos plásticos de este país. La actitud pudibunda y pacata de las autoridades ha resuelto la censura de sus obras, cuyo episodio tiene una connotación política estridente.”
Rodney Arismendi (14 de agosto de 1986)
“No sería pertinente agraviar a quienes hicieron esas públicas y pudibundas declaraciones (de desagrado), pero que justamente son aquellos a quienes he confiado mi representación a nivel político. Baste apuntar que debemos ser muchos los que no nos sentimos representados en ellas, sino mas bien indignados por ellas. (…) Pues bien, concedo que los dibujos de Larroca no son fáciles de tragar; pero son arte, y del bueno.”
Martín Arregui (22 de agosto de 1986)
“(…) Oscar Larroca asume una actitud valiente al comprometer su obra con la ruptura de supervivencias victorianas que aún atenazan con su rigor el área de la sexualidad. (…) El dibujo fragmentario de una mujer envuelta en telas, da la medida de su imaginación compositiva y de su sensibilidad.”
Amalia Polleri (10 de octubre de 1986)
“(…) Siento que Oscar Larroca rescata –para este ambiguo y delirante siglo XX- el oficio preciosista del arte miniado medieval. Por obra y gracia de singulares extrapolaciones logra configurar un extraño “Libro de Horas” cuya imaginería remite a las nuevas teologías occidentales. Teologías marginales heterodoxas, terrenales, pero teologías al fin. (…) Quizá Nietzche se equivocó y los dioses no han muerto, tan solo mutaron. Los dioses habitan en los comics, donde Lorenzo y Pepita son las deidades ancestrales de la tribu tecnológica.”
Alfredo Torres (setiembre de 1987)
(….) “El artista concibe de acuerdo a sus posibilidades: ahora repasa la mitología moderna (…), y de cada héroe o semi-dios nos da su versión gráfica. Ahí está el milagro: en ese lapizar sutilísimo que escapa al orden de lo verídico: en el trazo de ese suave mineral que lo obedece hasta en el delirio.”
Raúl Zaffaroni (10 de octubre de 1987)
“Y si los jóvenes de esta generación recuperan la figura humana –esta actitud supone una clara victoria sobre el nihilismo de las generaciones pasadas-, ¿cómo lo hacen? Abandonan la calle como teatro de confrontación; vuelven a librar combates sobre la tela. Como en ese pasado no tan remoto; no tan pasado. (…) Oscar Larroca ha tomado el cuerpo en varias de sus modalidades de sensualidad como tema de sus dibujos. En todos ellos plantea situaciones de fragmentación, parciales, de las que está ausente toda señal de pasión. Y todo ello realizado con una mezcla de tersura y corrupción que resulta conmovedora. Quizá porque pone de relieve tanto la ambivalencia del deseo (y la obra enfatiza su implícita violencia), como el impulso a una exploración que se propone transgredir el próximo límite.”
Ángel Kalenberg (1989)
“(…) Parece aventurado hablar de maestría en etapas de la actividad que –como en este caso- se vinculan todavía a la juventud. Pero el ejemplo de Larroca invita a esa calificación por la definitiva serenidad con que hoy enfrenta el desafío creador y lo resuelve, superando la etapa del alarde o del simple ejercicio del virtuosismo.”
Jorge Abbondanza (6 de febrero de 1991)
“(…) Y para convencer todavía más de este propósito de mayor y más íntimo acercamiento entre la representación y lo representado, Larroca toma trozos de unos y otros, los conjuga y crea sí una tercera dimensión, la más insólita de su propuesta.”
Elisa Roubaud (16 de julio de 1992)
“(…) De este contrapunto de vida y ficción de original y facsímil, se adivina un esfuerzo de comprensión, el rigor de una mirada que trata de entender el mundo en su significación de apariencia pero calando hacia lo que está más allá de la superficie.”
Hugo García Robles (16 de julio de 1992)
“(…) Me gustaría ejemplificar como experiencia transgresora la actual exposición de Oscar Larroca en el Centro Municipal. Su integración de cuerpos humanos, maniquíes, fotografías a tamaño natural e ilustraciones hiperrealistas, pone en duda la cómoda división entre objeto y sujeto, entre obra y espectador, entre el arte y la vida, en suma.”
Álvaro Ahunchaín (agosto de 1992)
“Algunos hablaron de genialidad, otros jugaron a reconocer cuál era el maniquí y quién era la persona en la composición de uno de los body art, pero todos fueron perturbados por la exposición “Bisagras de la realidad” que presentó Oscar Larroca en el Centro de Exposiciones de la Intendencia Municipal de Montevideo.”
Susana Nin (6 de setiembre de 1992)
“(…) De ahí la angustia y el escalofrío de los espectadores, incapaces de determinar dónde desaparecía la vitalidad de la dama (la modelo pintada de gris), dónde quedaba disuelta su identidad y se integraba al todo.”
László Erdelyi (2 de octubre de 1992)
“(…) En agosto expuso Oscar Larroca con una serie de dibujos de enorme formato que convirtieron el montaje de su muestra y el interés de esa obra en una de las cimas del invierno montevideano.”
Jorge Abbondanza (diciembre de 1992)
“(…) Oscar Larroca se superó, llegando a niveles destacados de presentación aunando dibujo hiperrealista, definiciones analíticas sobre la “verdad artística”, performance, body art e instalación.”
Alicia Haber (diciembre de 1992)
(…) “Vendas, mordazas, cuerpos ligados a una sujeción física que se opone a la libertad extrema de abrirlos, romper su silencio, (…) cuando en otros dibujos Larroca revela músculos, nervios, la constitución anatómica en todo detalle. Cuerpos que expresan actitudes antagónicas frente al misterio, a la intimidad del pensamiento involucrando opiniones y confidencias que mejor se callan.”
Elisa Roubaud (marzo de 1994)
“Protagonizó uno de los escasos escándalos de la plástica uruguaya. Desde la época de Carlota Ferreira con sus amores divididos entre padre e hijo y algún desplante que otro de Roberto de las Carreras, la bohemia nacional ha transcurrido por lo general lejos de la polémica. Esa especie de pacatería se fractura el día que Oscar Larroca realiza una exposición de desnudos realmente explícitos en el Centro de Exposiciones de la Intendencia Municipal de Montevideo en 1986. (…) La censura el entonces jefe capitalino Elizalde y ofende el pudor de algún parlamentario. La ministra de Cultura Adela Reta rehabilita la libertad artística de Larroca, pero el tufo a infamia lo persigue durante algún tiempo. Menos que sus condiciones de superdotado para el dibujo, su afán de experimentación, su manía de ganar premios y su hombría de bien.”
Miguel Carbajal (18 de mayo de 1997)
“(…) El cromatismo añade otros goces visuales a lo que antes era rigurosamente blanco, gris y negro: esos goces derivan de la sutileza con la que rojos o verdes se expanden para trazar el remoto paisaje de un plano de ciudad o abren las profundidades de una cavidad bucal, mientras el artista juega (de manera igualmente afinada) con sus vistazos críticos al mundo que retrata, sus ironías sobre personajes míticos, su obsesión por la figura humana que el lápiz filtra como un instrumento radiográfico o rastrea igual que una lente microscópica, a la que no escapa el fino craquelado cuya red Larroca alude a otros quebrantos de ese mundo. Lo notable del resultado plástico es que el hábito de frecuentar su obra no disminuye el disfrute, la admiración ni la sorpresa.
Jorge Abbondanza (agosto de 1998)
“(…) Así como el escultor egipcio no le temía al espacio abierto del desierto ni a lo monumental, Larroca no le teme a ese infinito diminuto que se esconde en el interior de toda cosa. Su monumentalidad es de signo contrario, (...) es decir, profundiza en la materia hasta hallar dicción para lo inmaterial. Su obrar consiste en poner tamaño y valor a lo desapercibido...”
Raúl Zaffaroni (febrero de 1999)
“(…) La obsesión sigue siendo el cuerpo. Sin tapujos. La opresión “externa” no le hace mella a la opresión “interna” de sus obras. De manera que ahora (en sus trabajos de mediados del ´80) son Lorenzo y Pepita, Archie, La pequeña Lulú, Batman, quienes sufren las más diversas mutilaciones y torturas. Son personajes que han salido del recuerdo de un niño lector de comics, para inmiscuirse en la dura realidad y mezclarse entre los fantasmas más temibles. ¿Muerte de la infancia o nostalgia de carácter patológico? En todo caso, la infancia y la adolescencia le han sido arrebatadas a toda una generación acorralada por acontecimientos que, aún hoy, no han cicatrizado. Y Larroca apela a esa pérdida.” (…)
Alberto Gallo (octubre de 1999)
“(…) Con su pincel-falo, Larroca se enfrenta a una femineidad que queda a merced de sus impulsos. Pinta una y otra vez el pubis femenino; lo dibuja con precisión y lo modela con su lápiz hasta darle una calidad táctil extraordinaria. Esta meticulosidad se siente como canalización de su provocación a la luz de una sexualidad presentada como un juego mortal de agresión y vulnerabilidad.”
Heber Ferraz-Leite (febrero de 2000)
“(…) Si Larroca ya había trabajado en sus cuerpos el “descascaramiento”, si había incluido las grietas del tiempo sobre la textura de la siempre joven sonrisa de la Mona Lisa; ahora hace que el ojo del espectador viaje en un estallido infinitesimal de líneas y colores hasta el bing-bang interior de estos rostros, tan célebres como anónimos. (…) La sinestesia dice que en tales retratos hay un silencio atiborrado de sonidos y de palabras, y el metalenguaje agrega que hay, sobre todo, unos ojos que creemos mirar y que nos miran.”
Claudio Bravo (setiembre de 2001)
“(…) Larroca logra salvar una valiosa inocencia. Y se llena de problemas, porque los que lo rodean, casi todos, le disparan a esa inocencia, a la mera posibilidad de esa inocencia. No una inocencia idiota, sino la inocencia recuperada del que tiene su sexualidad fresca, y tiene capacidad de picardía, y no siente todo eso como pecado. Es importante que festeje la desnudez, y que celebre lo erótico, la sexualidad, el sexo. (Y quizás también - si alguien prefiriera calificar lo suyo así - lo lindante con lo pornográfico, por qué no.) Me temo que todos - menos Espínola Gómez - caigamos en cierto tono trascendente para escapar de la sombra amenazante del tabú. ¿No habrá forma de hablar la cosa de modo más risueño, más común-y-corriente, más - precisamente - inocente? (…) No sé si - a pesar de lo que escribe Larroca en el catálogo de la muestra- hay ahí muerte. El corte quirúrgico es más impresionante porque es ejercido sobre la materia viva, no sobre la materia muerta. Y ahí está planteado su juego: en el límite con lo absurdo, en la sugerencia de lo terrible infligido a la sexualidad tabú latente. Es decir, en un complejo entramado de significados potenciales que, desentrañados o no, están actuando sobre nuestra percepción. Me da la impresión de que su visión es más estética que la de Sade, y, en todo caso, sospecho que no-decadente como la del ilustre francés. El “daño” de Larroca no es a la persona sino al órgano sexual, no a la clase social sino a nuestra pequeña salvación de humanos comunes en la concreción de nuestra sexualidad. Menuda diferencia.”
Coriún Aharonián (octubre de 2001)
“(…) En 1981, integrando el jurado de un concurso convocado por Cinemateca Uruguaya, me tocó en suerte prologar el catálogo de un dibujante de 18 años —el más joven de los participantes— a quien no conocía, elegido para una serie de muestras individuales. Recuerdo haberle comentado al entrañable Manolo Espínola Gómez, también integrante del jurado, que ante la obra de aquél joven, yo experimentaba la sensación de estar viendo a alguien caminar sobre una cornisa, pero seguro de cada uno de sus pasos. Eran los años de una dictadura que había arrasado con los derechos individuales y urgía, por tanto, ingeniárselas en todos los ámbitos de la creación para decir lo que no estaba permitido. Consciente o intuitivamente, Oscar Larroca había pergeñado en uno de sus trabajos a tinta, un verdadero zoológico a lo largo y ancho de la ciudad: una obra que oscilaba entre la provocación y el testimonio interlineado. (…)
En plena era de la “globalización”, esa forma encubierta de sometimiento —y cuando para algunos hablar de identidad resulta una utopía—, me reencuentro con el joven de 1981 veintitrés años y algunos días después, ahora con la experiencia adquirida, su inquebrantable espíritu de búsqueda; y lo veo ahora como antes imaginé ver aquél hombre caminar sobre una cornisa seguro de poder hacerlo. Enhorabuena.”
Jorge Satut (marzo de 2004)
“(…) Mirar un dibujo de Larroca significa estar dispuestos a una inmersión en la pura percepción, hasta donde nuestra agudeza ⎯retiniana, intelectual, sensible⎯ nos lo permita. El límite no está, por cierto, en la obra, sino en quien la mira.”
Carlos Rehermann (setiembre de 2005)
“(…) El inventario que propone Oscar Larroca es incesante, como un listón mágico que envolviera las más diversas tradiciones iconográficas de la cultura Occidental -desde Durero hasta Buster Keaton- y las atara urbi et orbi, en un solo movimiento.”
CPablo Thiago Rocca (setiembre de 2005)
“(…) El universo de Larroca es sin dudas el de la figura humana, no sólo porque sus capacidades técnicas con el lápiz, el pastel y el grafito le permiten desarrollar un virtuosismo incomparable, sino porque cada uno de estos fragmentos esconde una sesuda reflexión sobre los mil retazos que hacen al procedimiento de construcción de la realidad. En fin, un regreso por el que valió esperar.”
Emma Sanguinetti (noviembre de 2005)
“(…) Larroca tuvo formación autodidacta pero en su juventud siguió los lineamientos de colegas mayores como Jorge Satut y Manuel Espínola Gómez. Luego ha dejado durante veinticinco años una hilera de constancias de su maestría, ha obtenido premios en el país y en el exterior, ha profundizado su análisis del arte contemporáneo sobre el que escribió numerosos ensayos parcialmente recopilados en un libro y hasta fue ilustrador a nivel periodístico, manteniendo durante años su colaboración con esta sección Espectáculos de El País. Ahora, en la madurez de su vida, casado y con dos hijas, sensatamente refugiado en la calma de la ciudad de Florida, el artista baja a Montevideo a exhibir una vez más las pruebas de su virtuosismo”.
Jorge Abbondanza (3 de noviembre de 2005)
“(…) Las obras de Oscar Larroca son provocativas (...), generan en el observador, aun en el más distraído, sensaciones removedoras que penetran y cuestionan nuestra dormidera empujándonos hacia una nueva concepción de la obra de arte y su papel en nuestras vidas.”
Diego Flores (diciembre de 2005)
“(…) La pintura nacional es asexuada. Tiene temor a manifestar las pulsiones de la libido. Como la sociedad, recoge la herencia judeo-árabe-cristiana del horror al cuerpo, el goce de la sensualidad, el placer del amor. Acepta la hipocresía social y la doble moral. Hay casos aislados en la representación pictórica. Juan Manuel Blanes pintó a Carlota Ferreira con los atributos de una hembra bravía, en sus tiempos mozos Carmelo de Arzadun y José Cuneo recrearon desnudos femeninos con envolvente sensualidad y, más contenida, Petrona Viera. Una cierta osadía se instaló en José Gurvich, Manuel Espínola Gómez, elíptico en la representación, y abiertamente eróticos Oscar Larroca, Rosario Rubilar, Tola Invernizzi y Ulises Beisso.”
Nelson di Maggio (19 de noviembre de 2007)
LA SUSPENSIÓN DEL TIEMPO: ACERCAMIENTO A UN LIBRO FUNDAMENTAL Lectura para la presentación del libro de Oscar Larroca “La suspensión del tiempo: Acercamiento a la filosofía de Manuel Espínola Gómez”
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Lo más interesante de las Vidas paralelas de Plutarco es que no le importa poner en el mismo plano del relato a Teseo y a Alejandro, a Heracles y a Julio César. Tampoco a nosotros nos importa demasiado que uno de esos personajes se llame como alguien que vivió sobre esta tierra, y que el otro haya sido el matador del Minotauro, o que uno haya liberado a Prometeo y el otro sometido a las Galias.
La madurez de los clásicos para entender que siempre que escribimos hacemos ficción, parece que se ha perdido. Somos imperdonablemente inocentes. Es triste y común que se diga que un libro o una película se “basan en hechos reales”, como si eso supusiera una ventaja, o un valor superior. Si ese criterio fuera válido, el listín de horarios de los ferrocarriles ingleses debe de ser mucho más valioso que la Ilíada.
La verdad es que el relato de la vida del protagonista de una biografía es en realidad una creación del biógrafo. Por eso la biografía, aunque puede ser un género entretenido, no necesariamente tiene utilidad para entender la obra de un artista. El estudio de “vida y obra” de los artistas suele ser tan poco clarificador como la biografía llana, pero casi siempre es más aburrida. Los intentos por insertar la oreja de Van Gogh en la interpretación de su obra son consecuencia de una curiosa ceguera: si se mirara con atención algún autorretrato del artista, se vería que la oreja no está. Con esto quiero decir que lo que importa de un artista es su obra, que, por cierto, nunca es el amontonamiento de su producción física, sino que se compone además de sus ideas, y un cinturón de asteroides de otras producciones complementarias. Pero con frecuencia las circunstancias de la vida del artista están lejos de iluminar acerca del significado de su obra.
Oscar Larroca conoció y trató personalmente a Manuel Espínola Gómez, de manera que es comprensible que se interese menos por la biografía que por un trabajo más difícil pero destinado a perdurar: le exposición de una filosofía artística. Ni las ficciones de Plutarco, porque no relata los hechos de su vida, ni las hagiografías de Santiago, porque no declama loores ni registra instantáneas pintorescas. Pero paradójicamente el resultado de este libro logra lo que muchas biografías de artistas se proponen: explicar el sentido de una vida centrada en el arte.
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Está claro que uno de los objetivos de Larroca cuando tomó la decisión de componer este libro era mostrar cómo analizaba el artista su obra y la de otros artistas, y tratar de explicar cuáles eran sus conclusiones, tejidas con su práctica artística personal. Y ese objetivo se cumple.
La interpretación de sus ideas acerca del arte incluye los aspectos técnicos del oficio. Lo que hace Larroca es la descripción de la filosofía artística de Espínola, que no es una estética. La estética es la disciplina que analiza el arte desde la filosofía. Le interesa a quien no produce arte; al artista le interesa sobre todo hacer. La confusión es frecuente, al punto que muchos hablan de valores estéticos para referirse al arte, lo cual es una perversión de la crítica: si la estética estudia el arte, estudiará los valores artísticos de las obras; los valores estéticos serían, en todo caso, los de las obras filosóficas dedicadas a esos estudios.
Larroca explora las ideas y planteos de Espínola con respecto a todos los aspectos de su trabajo, su manera de pensar acerca de las herramientas propias del oficio, que no se separan en aspectos teóricos y aspectos prácticos. Se trata de un enfoque bastante poco frecuentado, porque en general los textos sobre arte no son realizados por artistas, de manera que casi nunca analiza el proceso constructivo de las obras, o la actitud constructiva del hacedor. Usurpo aquí, como habrán notado, términos usados abundantemente por Espínola.
Un sobrevuelo del índice permite descubrir una estrategia que quiero calificar de estrafalaria, por lo infrecuente y atrevida.
Comienza hablando del tiempo y el espacio, el tiempo y el movimiento, y de pronto las páginas se llenan de tablas de Bellini, Piero della Francesca y Van Eyck, telas de Tiziano y Carlos de Santiago. Las obras se analizan, se explicita la opinión de Espínola, se contextualiza, se da información sobre las obras, y hasta se trazan esquemas de la composición.
Un poco sorprendido, el lector descubre que está aprendiendo algo, y que lo que sabe u opina el autor del libro no está en el primer plano, sino que está puesto al servicio del texto. Pareciera que al autor del libro no le interesa el protagonismo. (Hay que hacer notar que Larroca se extirpa a sí mismo de las listas de artistas que valoraba Espínola, pero aquí podemos decir que su nombre se encontraba muy visiblemente en la consideración del pintor).
El lector continúa con la lectura y se encuentra con la explicación del par de cualidades “continuidad” y “discontinuidad”, según Espínola, con ejemplos bien expuestos y explicados. Esta página en laque se expone este tema me parece ejemplar del cuidado y dedicación que Oscar puso en la realización de este libro. Enorme cuidado en la elección de las ilustraciones, en el trazado de líneas auxiliares, en la redacción de los generosos pies de fotos, y luego en el extremado cuidado técnico de la realización en la imprenta.
En seguida, un capítulo sobre percepción visual. A esta altura el lector cree estar en medio de un sueño: ¿un libro uruguayo sobre arte visual que dedica espacio a la percepción visual? Pero la cosa no se detiene ahí: hay además opiniones y reflexiones sobre el mercado del arte, sobre la filosofía, sobre artistas uruguayos, y un apéndice ya sobrenatural, casi una provocación: cómo funciona el sistema ojo-cerebro.
3
El libro de Oscar Larroca comete la proeza de ponernos en contacto con el pensamiento de un artista a quien no le resultaba fácil trasmitirlo, al menos a través de la escritura. Quienes lo conocieron personalmente dicen que era un tipo cuya conversación era comprensible y convencía; quienes conocimos lo que decía a través de sus escritos, apenas podemos creerlo. Hay párrafos de Espínola que son tan abstrusos que apenas parece que estuviéramos ante lenguaje humano. Pero incluso cuando más claramente se expresa resulta difícil seguir su razonamiento:
“Las solicitaciones más diversas y atractivas han hecho presa fácil en nuestro ámbito balconero, cuya característica esencial parece ser casi la de una página en blanco pronta para la impresión de cualquier rasgo distante que contenga la ilusoria latencia ‘vanguardista’”.
Oscar nos hace saber que este texto alude a las neovanguardias. Me encantaría que un crítico uruguayo, por ejemplo, se atreviera a poner en una misma frase estas dos palabras: epigonalismo y mimesis, como hacía Espínola y reproduce Larroca para iluminar sobre tres asuntos: el epigonalismo, la mimesis y Espínola.
Estas sorpresas son las que nos regala Oscar cada pocas frases.
Hay que preguntarse cuál es la utilidad de conocer las ideas de un artista. Por supuesto, el artista no desarrolla su carrera para que algunos interesados se pongan a estudiarla. Lo que le preocupa a un artista no es si se le honra con ceremonias póstumas y libros laudatorios, sino simplemente hacer su trabajo.
Con los problemas que está dando desde hace cien años la definición del arte conviene no ponerse a dictar cátedra, pero algo firme sí se puede decir: no es el mundo el que debe ir hacia la obra del artista, sino el artista el que va hacia el mundo, lo quiera el mundo o no.
El problema más serio de las actuales discusiones es que no se mira el mundo para interpretarlo, sino que se interpreta el mundo para mirarlo como al argumentador le da la gana. Si bien se trata de una actitud digna de campeones, quizá no favorezca el desarrollo del pensamiento ni de casi ninguna otra cosa. Este tipo de discusiones no aporta argumentos atendibles, y especialmente porque para la enorme mayoría de los lectores muchos de los conceptos que se enarbolan son por completo desconocidos. Y ese desconocimiento proviene, entre otras cosas, de una falta de reflexión teórica como la que ahora nos propone Larroca. Obsérvese que se trata de una reflexión apoyada en las ideas y la praxis de hacedores, y no en las interpretaciones de las instituciones mediadoras.
Como dije antes, no es el mundo el que debe ir hacia la obra del artista, sino el artista el que va hacia el mundo, lo quiera el mundo o no. Y este libro lo que hace es tratar de recibir la acometida de este artista, que sigue embistiendo con ímpetu sobre el mundo.